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Ejercicios para el corazón

 

Ejercicios para el corazón

por Citlali Ugalde (Esta dirección de correo electrónico está siendo protegida contra los robots de spam. Necesita tener JavaScript habilitado para poder verlo.)

Cuando una persona entra por primera vez a un gimnasio, se siente torpe. No conoce a nadie. No sabe como usar los aparatos y a veces ni siquiera tiene claros sus objetivos. Poco a poco las personas que tienen más tiempo acudiendo le van mostrando lo que tiene que hacer. Le enseñan con el ejemplo cómo accionar los aparatos. En algunos el avance es notorio y lo que las cosas que se pueden lograr mediante el trabajo y constancia se hacen evidentes.

El trabajo en un grupo de ayuda mutua es muy similar al trabajo que se hace en un gimnasio. Se aprende poco a poco a utilizar los dispositivos de escucha y de expresión. Los demás nos abren el corazón y somos entonces capaces de ver lo que han logrado a través del trabajo honesto y constante dentro del grupo.

 

Alguien habla del dolor que producen los celos por ejemplo. Regresando a la imagen del gimnasio, me viene a la mente aquella calisténica frase "sin dolor no hay progreso - no se agarra condición". No quiero decir que un grupo de ayuda mutua sea un lugar en el que se deba ir a sufrir. Pero sí que es un lugar en el que es importante ponerse en contacto con el dolor. La única manera de salir del dolor es entrar al dolor. Si trabajamos un músculo justo hasta el momento en que empieza a doler, nunca lo vamos a hacer crecer.

En el grupo se habla. Se pueden decir las peores cosas. Uno ve caras, expresiones y algunos gestos. A veces las personas se contagian del llanto del otro. A veces bajan la mirada. Lo que no hacen es juzgar al que habla y ese es uno de los elementos más valiosos. El hecho de que puedo exponer lo peor, sin sentirme castigada o rechazada. La sorpresa cuando la persona que tengo delante cuenta una experiencia similar y luego hay otra más.

 

En el grupo van surgiendo las partes del rompecabezas que le faltaban a uno y a otro. En la mente vamos reconstruyendo los escenarios en los que hemos vivido. Vuelven las palabras que se dijeron y hay la posibilidad de colocarse en la plataforma del perdón, hacia uno mismo y hacia los otros. Encaminarse a la rectificación y el aprendizaje.

Para que todo esto ocurra, tiene que haber algunas normas que se definen al principio o se van aclarando conforme avanza el tiempo. Normas relacionadas con el uso de la palabra y el respeto que se debe observar al escuchar a los demás. (Incluso pueden usarse “semáforos” de diversos tipos, para establecer un tiempo determinado para el discurso de cada uno.)

El grupo es una forma muy eficaz para hablar y descubrir cosas de uno mismo. Se puede terminar adolorido y sudando, pero contento. En otros términos pensando y aprendiendo, creciendo.

 

La forma en que se cierra una sesión de grupo es sumamente importante. En algunos lugares se reza. En otros se termina con un abrazo, que a la vez de acariciar un poco el alma, le asegura a los compañeros que lo que se habló en ese lugar, ahí va a quedarse. En otros lugares se aplaude, como en una clase de aeróbicos o se pasa a una ronda de: “¿Qué aprendí hoy?” Esto me recuerda un poco a los episodios de Plaza Sésamo, en los que al final se mencionaba todo lo que habías aprendido sin darte cuenta.

Después del arduo ejercicio de las emociones, tras haber fortalecido nuestro auto concepto y de habernos visto al espejo durante lo que duró la reunión, tomamos nuestras toallas, nos secamos el sudor, sintiéndonos satisfechos por lo logrado y platicamos con los compañeros, sobre cosas que tal vez ya no tengan que ver con lo tratado, tal vez sí. Quizás nos espere un refresco, quizá sólo la noche, nuestra casa, la vida.

 

 

 

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